viernes, 20 de noviembre de 2009

EL MERCADO

Los antropomorfismos confunden. Muchas veces los economistas aludimos al mercado como si se tratara de una persona: el mercado demanda, el mercado indica, el mercado propone…falta decir que el mercado copula. En verdad, el mercado está constituido por un abanico de millones de arreglos contractuales basados en la propiedad.
Pensemos en un día cualquiera en una sociedad libre: nos levantamos a la mañana y tomamos el desayuno merced a contratos de compra-venta del horno, la cocina, la heladera y los alimentos. Luego tomamos el colectivo o el automóvil lo cual también implica contratos de adhesión o adquisición. Cuando se ingresa a la Universidad está presente un contrato de enseñanza o locación de servicios. Cuando se compra el periódico, se carga nafta o se estaciona el vehículo se celebran contratos. Cuando nos desempeñamos en el campo laboral hay contratos de trabajo, cuando vamos al banco hay contratos de depósito o contrato de mutuo si solicitamos un crédito. Cuando alquilamos una vivienda hay contrato de locación. Cuando actuamos en representación de otros está presente un mandato, cuando hacemos actos de beneficencia estamos frente a un contrato de donación, etc.
A través de todo el haz de contratos cotidianos se va estableciendo un proceso de coordinación de conocimientos que por su naturaleza se encuentran fraccionados y dispersos. En una presentación televisiva John Stossel ilustra este mecanismo a través de un trozo de carne en una góndola en un supermercado e invita a imaginar en secuencia regresiva los múltiples arreglos contractuales que han tenido lugar para que ese producto se encuentre a disposición del consumidor. Pensemos en las empresas inmobiliarias, en los agrimensores, en los alambrados y las fábricas de alambre con sus empresas de transporte y operaciones bancarias, en los postes y en las tareas de forestación y reforestación. En los peones que recorren campos a caballo, en la crianza de equinos, en las fábricas de monturas y riendas. La producción de sembradoras y cosechadoras, en los plaguicidas y fertilizantes mirados horizontal y verticalmente. En las empresas de semillas. La adquisición de hacienda, el engorde y la reproducción. Los veterinarios. La construcción de mangas. Las productoras de vacunas, la exportación, la importación y todas las transacciones diarias en cada una de estas actividades comerciales, agrícolas e industriales junto a los apoyos logísticos indispensable como, por ejemplo, la computación y sus respectivos emprendimientos.
Este es apenas un apretado resumen de lo que tiene lugar para la producción de un solo bien pero da una idea de la coordinación que requiere a pesar de que nadie en la mencionada secuencia está pensando en el producto final sino que el hombre en el “spot” tiene su mirada en su interés inmediato. El antes referido conocimiento disperso se ordena vía los precios que constituyen los indicadores que ponen de manifiesto los cambiantes requerimientos de cada segmento. Este proceso se quiebra cuando aparecen burócratas que, en lugar de abrir posibilidades, pretenden planificar y dirigir con lo que las góndolas quedan anémicas y encarecidas.
Los precios son inseparables de la propiedad privada. Esta última institución significa usar y disponer de lo suyo, que al hacerlo da lugar a esas señales e llamamos precios. Préstese especial atención al hecho de que, dejando por un momento de lado la monumental ofensa a la dignidad del ser humano, el derrumbe del Muro de la Vergüenza en Berlín se debe al ataque a la propiedad. Si se decidiera abolir la propiedad y se preguntara de que conviene construir los caminos si con oro o con asfalto no habrá respuesta posible, y si se afirmara que es un derroche hacerlo con el metal aurífero es porque se recordaron los precios relativos antes de eliminar la propiedad.
No es necesario llegar al extremo de abolir la propiedad para observar desajustes. En la medida en que los marcos institucionales se resquebrajan y se debilita el derecho de propiedad, aparecen las descoordinaciones.
De más está decir que nos estamos refiriendo a competencias en el mercado y no a barones feudales que las juegan de empresarios en busca de mercados cautivos y privilegios varios concretados en los despachos oficiales. Como es sabido, dejando de lado la lotería, hay solo dos maneras de enriquecerse: robando a los demás como lo hacen los referidos pseudoempresarios o sirviendo a los demás en cuyo caso los cuadros de resultado revelan que quienes acertaron en los deseos del prójimo obtienen ganancias y los que yerran incurren en quebrantos.
Podemos conjeturar que haremos mañana pero, al cambiar las circunstancias, modificamos el rumbo y, sin embargo, la soberbia tragicómica de la planificación estatal apunta al manejo simultáneo de millones de arreglos contractuales de otros, con lo que en lugar de sacar partida del conocimiento disperso se concentra ignorancia.

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